lunes, 4 de julio de 2011

Memorias del lugar donde tus miedos te hacen carnada.




La sociedad por siglos ha exigido que creamos que todos vamos al cielo o al infierno al morir. Condescendientemente se ha metido en nuestras mentes la idea de que cuando morimos, no le debemos nada al mundo anterior. Pero qué tal si eso no es verdad, que pasaría si algunos retornaran para aliviar del dolor a una persona afligida, para ver algo una última vez, o simplemente para infligir dolor y venganza. Nadie lo sabe… pero yo si lo supe, lo sé, y lo sabré en carne propia hasta que muera y después de esta.

No quiero saltarme el contexto, no quiero cambiar la opinión de nadie, no quiero asustar a nadie, no es mi intención transmitir algo que sufrí y que posiblemente no esté en el alcance normal para una persona. Pero existen lugares, lugares que no deseas ni pisar, aunque no pienses en ellos. Lugares lúgubres y remotos que nadie se imagina, aquellos que te llaman en silencio pero huyes de ellos sin razón aparente, lugares malvados que se alimentan de tu temor y entrelazan la realidad con otro mundo aun más perverso. No sabes donde estas, nunca sabrás donde te encuentras, solo sigues un sendero y un montón de argumentos sin resolver, pero nadie te obliga. Tú lo quieres hacer porque ese lugar, es parte de tu pasado y estás obligado a creer en él y revelarlo, pero solo para ti.  Pero si, siempre sabrás que es, Silent Hill.


Noche tras noche la misma voz recorría mi mente, punzantes delirios y desgarradores sonidos. Me veía obligada a despertar pero al hacerlo todo se esfumaba, dando paso a creer que yo estaba perdiendo la razón. Una vez más cerraba los ojos y las voces volvían a escapar. Todo tiene que ver con los sueños y algo que olvide. No puedo dormir… Tengo miedo. Me levante sigilosamente, la desesperación me agota y tengo sed. Dando pasos cerrados y mirando a los lados, producto de mi temor interno, llego a la cocina y tomo agua. Sin salir de mi mente todo lo que en estos días he vivido, me siento y apoyo mis brazos en la mesa mirando fijamente el reflejo de mi figura en la parte cristalizada de la estufa. Sin mediar palabras permanezco un rato allí, hasta que el salto de un gato por los arbustos interrumpió la callada velada que sostenía conmigo misma, voltee, volví a mirar y en solo cuestión de segundos veo el reflejo  de una niña, vestida de azul y algo demacrada. _ ¡Dios, que me pasa!_ exclame asustada, tapándome los ojos. Volví a mirar y ya no había nada. Algo me empuja a averiguar que sucede, pero otra parte me advierte que nada bueno será. 



En mis sueños no hay respuestas, no hay nombres, ni personas. Solo un lugar.


Continuara...

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